miércoles, 27 de agosto de 2008

Adivina quién terminó usando las pantuflas rosadas que D. me regaló de cumpleaños para andar por mis aposentos como Pedro por su casa.

Y como siempre pasa cuando yo me meto en esos extraños territorios de las relaciones amorosas, siento que lo único que le falta a este blog para ser absolutamente romántico-vomitivo es que al entrar acá suene la marcha nupcial (muy Bridget, I know) y una fila de corazones rosados persiga al cursor.
Señordelsur me desea que ojalá P. me vuelva mierda, en el buen sentido de la palabra, y mi cabeza abre los ojos todos los días pidiendo cinco gramos de cordura para no empezar a suspirar cuando oigo canciones que me hacen recordarlo o para no mirar con cara de ternero degollado y voz de "awww" las dos camisetas talla XL perfectamente dobladas y planchadas (ojo, ojoooo señores, ¡plan-cha-das por mí!) debajo de la pila de mis diez camisetitas rosaditas, verdecitas, amarillitas, blanquitas y de rayitas mal dobladas y llenas de arrugas.
Me pregunto en qué momento de mi vida Dios, ¡en qué momento fue que pasó todo esto! Sí, lo quiero. Lo acepto. Está bien. Ya, en serio. Se lo dije anoche, por primera vez, después de contestarle sus te quieros con un yo también durante la última semana.
Bueno, es raro, me siento feliz y tragadita pero no me siento flotando en nubes de algodón rosado, como siempre me pasaba. Esto de ir despacio, de cada día conocer algo sobre la otra persona, de ir descubriendo sus mañas, sus defectos y sus gustos y de ir conociendo de su pasado a la velocidad de una tortuga se siente raro. Se siente bonito.

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